Escalofriante verdad de la movilización de Evo Morales y Conisur
En ocho años (2003-2010) se exterminaron ocho comunidades indígenas en el polígono 7, la zona colonizada del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). El área se llenó de Sindicatos Cocaleros que amenazan, discriminan, agreden, trafican con tierras y utilizan a mojeños y yurakarés como “mano de obra” en sus chacos.
Solo “Santísima Trinidad” que se encuentra al centro del TIPNIS mantiene su estatus de COMUNIDAD INDÍGENA en medio de la Colonización y es la que valientemente participó en la Marcha en Defensa del TIPNIS y, ahora, sufre las amenazas por no participar de la falsa marcha organizada por el Presidente Evo Morales Ayma.
Las demás comunidades de la zona colonizada se han disuelto y ahora forman parte de sindicatos cocaleros y siguen la dinámica de parcelación individual. Algunos de estos indígenas que se han vuelto cocaleros están marchando junto a colonizadores masistas.
Como en los tristemente célebres tiempos del pongueaje, los terratenientes cocaleros utilizan a algunos mojeños y yurakarés como a objetos y los hacen marchar a la cabeza del “caporal” y “capataz” Gumercindo Pradel vendido a los intereses cocaleros.
Monstruoso etnocidio provocado por cocaleros
Los siguientes extractos son parte de la Evaluación Ambiental Estratégica del TIPNIS, documento realizado por el propio gobierno y Ministerio de Medio Ambiente y Aguas (Pág. 139-141).
“Las comunidades trinitarias y yuracarés que se encuentran conviviendo con la colonización (1) han perdido la posibilidad de control sobre sus bosques comunales; ellos se encuentran loteados y en manos de la asignación que da el sindicato de colonizadores; así, al igual que cualquier otro colonizador, poseen sus lotes y han asumido como sistema de organización social al sindicato, forman parte de él. El área común de cacería que caracteriza a las comunidades indígenas, no existe, por tanto, la activad de caza y recolección se halla en franca desaparición o solo se la realiza algunas veces al año cuando se movilizan hacia las áreas de bosque comunal de las comunidades indígenas que se encuentran distantes de la colonización pero con influencia de la economía de la hoja de coca. Ciertamente, estas comunidades poseen como principal producción la hoja de coca y han perdido completamente las prácticas del sistema agroforestal que implica manejar parcelas agrícolas con cultivos perenes. El reconocimiento de propiedad que se hereda consanguíneamente sobre dichas áreas y que viene marcado por usos y costumbres culturales, no tiene razón de ser ya que la propiedad de la tierra es asignada por el sindicato sobre un número determinado de hectáreas, tenga o no plantaciones de larga vida.
“La presencia de esta matriz socioeconómica en la región sur del TIPNIS ha supuesto cambios sustanciales en la perspectiva de ocupación del espacio, uso y manejo de los recursos naturales; criterios ligados a la matriz cultural de las sociedades originarias de la selva. Un primer elemento a destacar es que la presencia de colonos productores de hoja de coca ha significado la desestabilización total o parcial del sistema de adaptación cultural de los pueblos yuracarés y trinitarios (no existen tsimanes en la zona), puesto que la relación entre las áreas de producción individual/familiar que forman las bases de la agricultura y las áreas de acceso colectivo al bosque que dan lugar a cacerías, recolección, pesca, aprovechamiento forestal y pastoreo, está rota, no fluye en función a la economía étnica que caracterizaba a los pueblos de la selva. La presencia del colonizador andino supone la parcelación de la tierra, el acceso a lotes que son asignados por el sindicato, la desaparición de normas y reglas culturales que permitían un acceso colectivo e individual a los bienes del bosque, con ello, la desmembración de flujos de obligación y reciprocidad que reproducen cultural y económicamente a los pueblos de la selva.
“El deterioro de la matriz cultural adaptativa, en general, es muy profundo en la zona sur; en particular, puede verse en sus dos tendencias. La primera, que refleja una situación extremadamente crítica de sobrevivencia cultural que pasa por la mimetización del indígena en la dinámica de producción de hoja de coca y su afiliación al sindicato. La segunda, que pasa por una relativa distancia espacial con la colonización, lo que permite en cierta medida recrear la matriz cultural adaptativa pero formando parte de una dinámica económica regional; esto es, la producción de la hoja de coca, lo que pone en un lugar de mucha subordinación a la economía étnica de los pueblos yuracarés y trinitarios.
“Los lugares loteados por el sindicato no son de acceso colectivo sino de acceso individual y al constituirse la coca el cultivo central de la actividad agrícola, la crianza de biodiversidad que caracteriza a las parcelas agrícolas con cultivos perenes y que vincula la agricultura con la cacería y la recolección, es prácticamente inexistente entre las comunidades que se encuentran conviviendo con la colonización. No obstante lo mencionado, la superficie agrícola que maneja cada familia indígena no ha variado mucho, siendo un promedio de 1 a 1 ½ hectárea, esto, por razones de movilización de mano de obra. Las familias yuracarés y trinitarias siguen obteniendo mano de obra mediante sus mecanismos familiares y consanguíneos, pero, a la vez, venden su mano de obra a las familias de colonizadores, sobre todo en la cosecha de hoja de coca. Aunque su principal intervención agrícola es sobre el pie de monte, zona de vida que contiene suelos con mayor capacidad productiva que los bosques inundables de la sabana, la apertura de la frontera agrícola la realizan cada año por la dinámica económica regional de hoja de coca y según los estudios de Ruth Silva en la región de Limo de Isiboro, las familias indígenas desmontan barbechos y casi excepcionalmente monte alto; se observa un drástico cambio en los ciclos de descanso de la tierra, Éste se ha reducido dramáticamente en la práctica agrícola indígena (2002: 14). (2)
“Las comunidades trinitarias y yuracarés que viven con relativa distancia espacial de la colonización pero que forman parte de la economía regional de hoja de coca (3), sostienen de manera delicada y precaria la reproducción de la matriz cultural de ocupación espacial. Son comunidades que no han cambiado el patrón de ocupación espacial que combina la obtención de recursos mediante mecanismos familiar/individuales y el acceso a bosques comunales que son de uso colectivo para la obtención de bienes del bosque. Estas comunidades todavía sostienen prácticas agrícolas agroforestales lo que supone también la vigencia de normas y reglas culturales de herencia consanguínea de parcelas agrícolas con plantas perenes que definen áreas de influencia de familias y comunidades en los bosques comunales e intercomunales.
“Sin embargo, los sistemas agroforestales reciben cada día más presión por el cultivo de hoja de coca y la dinámica de economía regional de empujar las áreas agrícolas al monocultivo. Sarela Paz en su estudio sobre la zona sur del Isiboro nos muestra que las familias indígenas de yuracares y trinitarios poseen entre 1 o 2 parcelas agrícolas con cultivos perenes, disminuyendo considerablemente la diversidad de áreas agrícolas productivas a largo plazo. También nos muestra que la superficie de cultivo por familia indígena alcanza a 1 y 1 ½ hectáreas con un tiempo de uso que va entre 4 y 5 años y entre 3 y 4 años de descanso para la recuperación del suelo. En general, el tiempo de descanso de las parcelas agrícolas se ha acortado y la frecuencia de desmonte en bosque nuevo tiende a ser cada año y no cada 2 o 3 años como caracterizó la práctica agrícola indígena en el pie de monte (2006: 11-23). No obstante la situación mencionada, según Ruth Silva, se sigue pensando en plantaciones a largo plazo, plantaciones que incluyen especies forestales como Mara, Cedro, Trompillo (2002:28).
“La cacería, pesca y recolección en estas comunidades ha sufrido importantes bajas, primero, porque reciben mucha presión de las colonias asentadas en la cuenca alta del Isiboro, segundo, porque se detecta una disminución considerable de animales y peces, junto con frutos que ofrecía el bosque en un pasado. En otras palabras, los bienes del bosque han iniciado un ciclo que avanza hacia su carencia. Aún así, es posible observar en las comunidades indígenas la realización de cacería y recolección en su circuito corto y largo. Corto que supone en los alrededores de la comunidad, largo que supone ingresar a la parte media del pie de monte y aprovechar lugares de acceso intercomunal. Los bienes del bosque de acceso colectivo siguen teniendo vigencia en la forma de uso y aprovechamiento de recursos entre las familias indígenas (Ídem: 24/27).
“Lo que ha cambiado drásticamente en estas comunidades es su gran vinculación y dependencia de la economía de hoja de coca que se da de dos maneras. La primera, en tanto son comunidades donde las familias indígenas siembran hoja de coca, siendo el principal ingreso monetario familiar y, segundo, la gran movilidad en la venta de mano de obra que se realiza con las familias de los colonizadores. Ambos elementos están afectando la composición de la economía étnica, puesto que cada día se monetariza más y se le asigna más valor a los vínculos con el mercado y cada día es menos probable obtener fuerza de trabajo mediante los mecanismos de reciprocidad generados entre las familias indígenas.
“Concluyendo, podemos afirmar que en la región sur del TIPNIS la matriz cultural de ocupación espacial de las sociedades originarias de la selva está en franco proceso de desestructuración por la iniciativa y ocupación de los colonizadores y porque las familias indígenas se han sumado a la dinámica económica de producción de hoja de coca. No obstante aquello, es muy importante identificar en el análisis que más allá de las posturas políticas y de revitalización identitaria en las comunidades indígenas, la economía regional de hoja de coca posee vínculos nacionales e internacionales que le imprimen una dinámica mayor a lo que los colonizadores andinos y las familias indígenas puedan prever.
“Las comunidades indígenas que viven en la región de colonización poseen superficies de cultivo de hoja de coca y para habilitarse en el mercado local, se encuentran sindicalizadas, lo que les permite manejar la figura de cato de coca por familia. Ello ha cambiado cualitativamente la forma en cómo usan y aprovechan los RRNN. Sobre todo, ha transformado el modelo agroforestal que caracterizaba la actividad agrícola. Hoy día las familias indígenas prefieren destinar sus áreas agrícolas al monocultivo de hoja de coca, perdiendo el criterio de crianza de biodiversidad que caracterizó su intervención agrícola sobre el bosque y la compleja articulación entre actividades agrícolas con la cacería y recolección (Paz 2006).
“Es posible afirmar que en el contexto del TIPNIS son las comunidades que mayor cambio han sufrido, llegando incluso a afectar sus formas de ocupación del espacio que involucran criterios políticos de organización social, porque si bien como comunidades que mantienen relación con la Subcentral del TIPNIS y han formado una organización local denominada CONISUR, lo cierto es que sus miembros se encuentran comprometidos con los sindicatos de colonizadores como medio y forma de ingresar al mercado local de hoja de coca Estas mismas comunidades se vieron involucradas en el aprovechamiento forestal de la zona sur del TIPNIS (Bloque Sur) pero la actividad productiva fue poco atractiva para las comunidades porque en términos de ganancia y generación de ingresos, la extracción maderera no puede competir con los beneficios que reporta la venta de hoja de coca (ver Sarela Paz, 2006). Estamos hablando de comunidades yuracarés y mojeño-trinitarias”.
Esta es la realidad de la zona colonizada del TIPNIS: Árboles preciosos, fauna y flora destruidos, ríos contaminados, peces envenenados y MONOCULTIVO DE COCA. ¿Por qué se nos oculta la verdad? Señor Presidente Evo Morales: sus mentiras lo convertirán en tirano de la historia.
Notas:
1. Mercedes del Lojojouta, Fátima de Moleto, San José de Angosta, San Jorgito, San Antonio, Santísima Trinidad, Santa Anita, Sasasama, Limo del Isiboro, San Pedro de Buena Vista.
2. Es importante destacar que la comunidad de Santísima Trinidad posee patrones especiales en cuanto a su situación y relación con los colonizadores. Si bien se encuentra en medio de toda la dinámica de colonización y forma parte de la producción de hoja local, así también posee un área de 2.000 hectáreas titulada a favor de la TCO y la organización interna sigue siendo el cabildo indigenal. La situación especial de esta comunidad permite en cierto sentido una recreación de áreas comunales que son aprovechadas colectivamente pero que se desenvuelven en medio de una maraña de sindicalización.
3. Buen Pastor, El Carmen, Tres de Mayo, Puerto Pancho, San Miguelito, Sanandita, San Benito, San Juan, incluso pueden ser consideradas en esta línea las comunidades de Santa Teresa del Isiboro y de San Ramoncito del Ichoa.
* Comisión de Defensa de la Constitución, de los Derechos de las Naciones y Pueblos Indígenas Originarios y los Derechos de la Madre Tierra.
Comisión de Defensa de la Constitución, de los Pueblos Indígenas y de la Madre Tierra *
/bolpress
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